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La Cajilla

La Historia...

Nunca sabremos si fue un levante de bochorno o un poniente húmedo el que se paseaba por el estrecho ese día julio del 710. Como tampoco entonces podía Tarik Malik aventurar que gracias a los pasos con los que estaba dando comienzo a la conquista, en la vieja Iberia iban a armonizarse tradiciones propias e importadas. Esa cultura invasora traía aromas dulces y sabores tiernos con los que atemperar la furia de los vientos y los frutos del campo. Siglos más tarde cuentan viejas leyendas perdidas entre el salitre y la espuma. Sancho 4.º supo que había llegado el momento de recuperar tarifa y hacerse dueño de sus tesoros, de sus vientos, de su alcazaba, de sus gentes y costumbres, de su aliento y sus alimentos.

Y queriendo conmemorar su triunfo, exigió a sus asesores que le presentasen el símbolo de todo ese esfuerzo y fidelidad. No se contentó con joyas, ni prisioneros, ni con canciones, ni banquetes. Sin embargo, un último bocado le animó y le reconfortó. Por ello, ordenó que todas sus tropas fueran invitadas a probar aquel dulce de almendra que reposaba sobre una masa firme de harina de trigo, arropada por una cobertura crujiente de azúcar.

Aquel al que apodaban El Bravo preguntó su nombre se llama Cajilla, Majestad. Aquella receta terminó por perderse entre el polvo de otras batallas, la desmemoria de los lugareños y la fatiga del paso del tiempo. Hubo que esperar el paso de otros cuantos siglos más para poder recobrar su cremosidad, dulzor y consistencia. Junto a la inauguración en 1956 de la pastelería La Tarifeña. 

Y con ello, la recuperación de la repostería tradicional y de elaboración artesanal y la querencia por la pureza y calidad de los mejores ingredientes. De nuevo disfrutamos de la cajilla de Tarifa rescatada para que su degustación nos acerque la tradición y el cariño que su elaboración precisa.

La Historia...

Nunca sabremos si fue un levante de bochorno o un poniente húmedo el que se paseaba por el estrecho ese día julio del 710. Como tampoco entonces podía Tarik Malik aventurar que gracias a los pasos con los que estaba dando comienzo a la conquista, en la vieja Iberia iban a armonizarse tradiciones propias e importadas. Esa cultura invasora traía aromas dulces y sabores tiernos con los que atemperar la furia de los vientos y los frutos del campo. Siglos más tarde cuentan viejas leyendas perdidas entre el salitre y la espuma. Sancho 4.º supo que había llegado el momento de recuperar tarifa y hacerse dueño de sus tesoros, de sus vientos, de su alcazaba, de sus gentes y costumbres, de su aliento y sus alimentos.

Y queriendo conmemorar su triunfo, exigió a sus asesores que le presentasen el símbolo de todo ese esfuerzo y fidelidad. No se contentó con joyas, ni prisioneros, ni con canciones, ni banquetes. Sin embargo, un último bocado le animó y le reconfortó. Por ello, ordenó que todas sus tropas fueran invitadas a probar aquel dulce de almendra que reposaba sobre una masa firme de harina de trigo, arropada por una cobertura crujiente de azúcar.

Aquel al que apodaban El Bravo preguntó su nombre se llama Cajilla, Majestad. Aquella receta terminó por perderse entre el polvo de otras batallas, la desmemoria de los lugareños y la fatiga del paso del tiempo. Hubo que esperar el paso de otros cuantos siglos más para poder recobrar su cremosidad, dulzor y consistencia. Junto a la inauguración en 1956 de la pastelería La Tarifa. 

Y con ello, la recuperación de la repostería tradicional y de elaboración artesanal y la querencia por la pureza y calidad de los mejores ingredientes. De nuevo disfrutamos de la cajilla de Tarifa rescatada para que su degustación nos acerque la tradición y el cariño que su elaboración precisa.